domingo, 15 de marzo de 2009

Capitulo 11

Rilonna


La ira era un sentimiento con el que estaba familiarizada. Estaba rodeada de inútiles y Perom no era más que otro fracaso en la larga, larga lista. El licántropo no era muy listo, pero no había duda de que era una gran pérdida en cuanto a lo que fuerza bruta se refiere.
Aquella noche habían llamado a la puerta de sus aposentos mientras dormía para comunicarle la noticia; unos exploradores habían encontrado el cadáver del Narillan cortado por la mitad sobre un charco de sangre. Mandó colgar a los dos sirvientes humanos que la despertaron. Estaba de muy mal humor: aquel elfo se había reído de ella y había acabado con su mejor guardaespaldas. «Nesthelion Verdeluz… te daré caza yo misma llegado el momento».

Rilonna se dirigió a la sala principal, donde la esperaba su trono de Matriarca y un sequito de inútiles con los que tenia que tratar, al menos de momento. Había conseguido el trono gracias a sus contactos y su crueldad sin parangón. No dudó en matar a su hermano, fiel guardián de la anterior Reina del Bosque, para llegar hasta la mujer que, a su juicio, no merecía tal cargo y acabar también con ella. El veneno de los recuerdos recorrió su cuerpo. Despreciaba a aquella anciana. Era débil y hacía parecer a su pueblo débil; intentaba entablar amistad con todos los seres inferiores en lugar de someterlos como correspondía a una raza antigua y poderosa como la Narillan. Sacudió la cabeza para deshacerse de sus pensamientos y redobló el paso.
Cuando hubo alcanzado la puerta de la sala principal los guardias a ambos lados de la entrada se pusieron firmes, saludaron cortésmente a su señora y le abrieron la puerta para que pasase.

- La Matriarca y legítima señora de los bosques de Amrades y Carbacuero, Rilonna Agwen. – anunció un hombre en cuanto cruzó la puerta para que los presentes se levantasen.

Rilonna se desplazó hasta el ornamentado trono de madera con relucientes filigranas de resina amarilla y tomó asiento.

- Bien… -comenzó- ¿Qué demonios pasa ahora? -la sala se llenó de murmullos.
- Mi señora… -un hombre dio un paso adelante y se dirigió a la regente – Nos han llegado noticias de que los rebeldes se están reagrupando…
- Que hagan lo que les plazca. –Escupió – No tienen fuerzas suficientes para desafiarme.
- Los espías nos han comunicado que… -tragó saliva – Que la hija de Gillaen Cyndell sigue con vida…
- ¡¿Cómo?! – Bufó histérica - ¡¿No encargué que la mataran en cuanto nos alzamos contra esa vieja bruja?! ¡Me habíais dicho que estaba hecho!
- Lo cierto es que… la creíamos muerta… -musitó el hombre.
- «La creíamos muerta»… Quiero que colguéis al chapucero que «creyó>> que estaba muerta. Y quemad su cadáver después de ahorcarlo para que no «crean>> que sigue vivo. ¿No es tan difícil, veis?
- Se hará lo que ordena, mi reina… - el hombre hizo una reverencia.
- En cuanto a esos rebeldes… - Rilonna se tocó el lóbulo de una oreja, pensativa – No creo que suponga un peligro real. La fe en una niña no puede parar espadas.
- La fe no, mi reina… - hizo una pausa – Pero Reinheld Maurer está al mando de esos rebeldes…
- ¿Ese viejo? – la mujer echó a reír – Cuando yo era pequeña ya era un anciano, seguro que se muere antes de dejar el campamento.
- Ha entrenado a casi todos los soldados que tenemos… Fue el primer comandante de la Cúpula de Gythien… Entenderá que se ha ganado el respeto de todos nuestros guerreros. – Carraspeó – Muchos tienen miedo de combatir contra Maurer…
- ¿Miedo? – Rilonna se inclinó en el asiento – Pobrecillos, el anciano va a hacerles daño con sus dientes de madera. Pues decid a vuestros hombres, que o luchan contra ese maldito viejo o tendrán que luchar contra mi y os aseguro que yo les enseñaré qué es el miedo –rugió.
- Lo que usted ordene, alteza…
- ¿Alguna noticia más? – Rilonna resoplaba, sin ocultar su enfado.
- No… eso es todo, mi señora. – respondió con un hilillo de voz.
- Bien. Me retiraré a mis aposentos. Quiero que hagáis llamar a Harren Preinz y que se persone ante mí en quince minutos. Cuento con que eso sí sabréis hacerlo… – ordenó la mujer.
- Así se hará – el hombre hizo una marcada reverencia mientras se retiraba caminando de espaldas.

Rilonna salió de la sala con paso firme y se dirigió a sus aposentos tras rechazar la escolta de los guardias, como siempre hacía. «Si yo misma puedo destripar a estos mequetrefes- había dicho en una ocasión – no creo que puedan defenderme ni de un inofensivo cervatillo». Desde entonces se negaba a ir con escolta dentro de la fortaleza arbórea.

Cuando llegó a su habitación el jefe de la guardia de Gythien estaba esperando frente a su puerta. Hizo una reverencia, giró el pomo y tiró para abrirle paso a su reina.
La mujer se acomodó en un confortable asiento de madera con almohadillas que simulaban ser de musgo, se recostó y cruzó las piernas mientras escrutaba con sus fríos ojos verdes la llegada de Harren, puntual, como siempre.

- ¿Qué desea su alteza? – preguntó el Narillan, manteniendo su rigidez característica.
- Quiero que reúnas a un grupo de tus mejores hombres. – Rilonna apartó la vista del jefe de la guardia y la clavó en sus uñas, como si acabara de descubrir que estaban ahí – Van a salir a cazar. Cazar a un elfo.

jueves, 29 de enero de 2009

Capitulo 10

Kurt Johann

El sol escondiéndose tras el lejano horizonte dejaba a su paso un manto de sangre que se tornaba cada vez más oscuro. Kurt Johann espoleó su caballo y lo mantuvo al galope durante unos metros. Las luces que veía frente a él estaban demasiado lejos; no podría alcanzarlas a menos que cabalgara toda la noche, y su caballo estaba demasiado cansado como para aguantar tal castigo físico. «Buscaré algo que comer y acamparé por aquí hasta el amanecer», decidió.

Era un hombre joven, fuerte, de pelo corto y rojo como el fuego. Un parche, con una gota roja sobre una cruz y tres semicírculos entre las aspas, cubría su ojo izquierdo. Una daga, una capa sobre los hombros, un libro y una chaqueta de cuero sobre una túnica recortada a la altura de los muslos era su único equipaje.

Kurt aminoró la marcha y buscó un lugar donde descansar. Encontró una pequeña charca que parecía haberse formado por las lluvias recientes, ató las riendas del caballo a un árbol cercano y se encaminó al interior de un pequeño bosque en busca de algo que llevarse a la boca.
Tras varios minutos entre la maleza, encontró un conejo que movía frenéticamente su naricilla. Con sumo cuidado se movió en torno a él hasta que lo tuvo completamente a la vista. El hombre alzó una mano con los dedos hacia el cielo, como sosteniendo una copa con suma delicadeza, y el animal dejó de moverse con los ojos muy abiertos.
«Lo siento amiguito, tengo que comer. Procuraré ser rápido…», chasqueó los dedos y el cuello del conejo se torció.
«Y ahora… a calentar la comida». Kurt extendió sus brazos dirigiendo las manos hacia su cena, como si de un marionetista se tratara, y del animal comenzó a salir humo.
«Hervir la sangre de mis enemigos es mucho más entretenido.- se dijo esbozando una sonrisa – Pero también es útil para no tener que comer la carne cruda»

Cuando hubo saciado su apetito se echó en el suelo con las manos entrelazadas tras la nuca y contempló las estrellas en el cielo despejado hasta que se durmió.
Sueños del pasado azotaron su mente mientras se revolvía en el frío suelo. Vio los ojos de Meroline mirándolo desde la oscuridad. Le decían sin palabras que había fracasado en todo. Las lágrimas brotaron de sus ojos al revivir todos aquellos dolorosos recuerdos. ¿Había tomado la decisión correcta? ¿Era un cobarde por dejar atrás todo lo que amaba para expiar sus pecados? Kurt se arrebujó bajo la capa y consiguió dejar la mente en blanco durante un par de horas.

El ruido de cascos lo despertó en medio de la oscuridad. Se incorporó y divisó a algo menos de media legua un pequeño grupo de jinetes con antorchas. Volvió a tumbarse sin darle mayor importancia; no había encendido ninguna hoguera que desvelase su posición, así que no tenía por qué preocuparse.

Intentó volver a dormir, pero parecía que los hombres se dirigían hacia donde se encontraba. ¿Se habría corrido la voz sobre el incidente en que se había visto envuelto en Dethyen? ¿Lo estaba buscando el señor de aquellas tierras para hacerlo pagar por su arrogancia? Últimamente su vida había sido un despropósito. No paraba de meterse en líos. Sacudió la cabeza para deshacerse de esos pensamientos. Lo único que había hecho era darle un escarmiento, que sin duda merecía, a un niño de papá.
Pronto le llegaron las voces de los jinetes que se acercaban. Parecían ebrios y reían como imbéciles.

Cuando pasaron a su lado tuvo que apartarse de un salto para no ser arrollado. Uno de los jinetes tiró de las riendas de su caballo y llamó a los otros para que se detuvieran. Se acercaron lentamente al desconocido entre risas y eructos.

- Eh, tú. Casi lastimas a mi caballo – dijo el hombre que había estado a punto de arrollarlo.
- Casi. Pero me aparté a tiempo. Asunto zanjado, que pasen buena noche, mis señores. – respondió Kurt con voz seca.
- Nosotros decidimos cuando está zanjado un asunto, campesino – vociferó uno de los hombres, y los demás se echaron a reír.

A la luz de las antorchas pudo ver que los cuatro jinetes llevaban escudos con un blasón que consistía en dos hachas cruzadas sobre un portón con el rastrillo bajado sobre un fondo púrpura. Iban ataviados con cotas de malla y espadas largas.

- Lo cierto es que estoy cansado, – comenzó Kurt – así que si dejamos la rencilla en este punto, mejor para todos. No soy de por aquí, tan sólo estoy de paso y me iré mañana a primera hora.
- Vaya, no eres de por aquí. No has oído hablar de Lord Zamyr Weilder entonces. En resumen, páganos un tributo para atravesar sus tierras o… – miró a los otros hombres y rieron todos al unísono.
- No llevo dinero encima, mis señores – dijo Kurt esbozando una sonrisa.
- En ese caso – el hombre desenvainó su espada y los otros lo imitaron – nos cobraremos el tributo en sangre. Hace tiempo que no mato a nadie, y parece que la situación te divierte.
- Oh, veo que habláis mi idioma después de todo. – flexionó los brazos dejando las manos mirando al cielo- Sangre… Con eso sí puedo pagaros.

Giró las muñecas y dos de los hombres se retorcieron de dolor y se sacudieron con tanta violencia que se cayeron del caballo. Los otros dos se quedaron atónitos y no tuvieron ni tiempo de reaccionar cuando Kurt los señaló y reubicó toda la sangre de sus cuerpos en la cabeza, haciendo que se les cayeran las armas y se precipitaran de sus monturas. Uno de ellos quedó sujeto al caballo por los estribos, y este lo arrastró con él en su huída.

Kurt chasqueó los dedos y la noche se llenó de gritos de angustia.

sábado, 10 de enero de 2009

Capítulo 9

Mardfoodle

El vigésimo tercer intento había fallado de forma tan estrepitosa como los anteriores.
De la casa salía humo de diversos colores por las ventanas abiertas, por debajo de las puertas, por cada pequeña rendija…
Mardfoodle Camlost salió tambaleándose. Estaba cubierto de hollín. O al menos eso parecía. La barbita de chivo y las pobladas cejas estaban completamente revueltas, tanto que parecían los bordes deshilachados de unos calzones de lana de mala calidad. Si los calzones eran la cara del hombre, desde luego la calidad era ínfima. Era alto y delgado. El pelo que le quedaba era una cascada de nieve que descendía desde una pequeña calva incipiente en torno a un rostro arrugado y lleno de pequeñas manchas que estaba contraído por el esfuerzo que suponía respirar. Arrastraba una túnica raída de color marrón con adornos de plata que le iba grande, posiblemente para que los numerosos bolsillos secretos cosidos al interior de la prenda no fueran tan obvios. Era una práctica habitual entre magos, «Cuantas más cosas lleves, menos dependes de los demás», le había dicho una vez su maestro, « Y si explotan cuando intentan robártelas, mejor».
El anciano se llevó el dorso de la mano a la boca y comenzó a toser mientras el humo de colores le salía por los orificios nasales y entre la comisura de los labios.
Llamó a voces a su aprendiz, que se personó ante él tan rápido como sus rechonchas piernas le permitían. Era un muchacho de unos quince años, y a juzgar por su aspecto los había dedicado exclusivamente a comer.
El rollizo aprendiz hizo una reverencia y se dirigió a su maestro.

- ¿Quería algo, mi señor?
- Que dejes de comerte hasta los rabos de las manzanas… - contestó el hombre antes de que una fuerte tos lo aquejara. Carraspeó para aclararse la garganta y se dirigió de nuevo al chico- Maldita sea, si tuvieras que elegir entre respirar o comer a todas horas no me cabe duda que escogerías lo segundo. Pero no te he llamado para eso… tráeme la bacenilla… tengo aldmir en la vejiga…
- ¿Disculpe…? – balbuceó el aprendiz.
- Por los Dioses, ¿además de parecer una de esas grotescas focas del Cabo de Sarion careces de oído? – escupió airado – Tengo que mear restos de sustancia mágica que se encuentra dentro de mi organismo tras una exposición prolongada a los vientos mágicos. ¿Prefieres que te mee en la boca acaso? Aunque seguro que te lo tragarías con gusto, maldita sea. Tragarías con gusto hasta las piedras de aquel muro.

El muchacho, ruborizado, asintió y anadeó hasta entrar en la casa contigua. Era una casa de madera de roble, bruta, sin pulir. Parecía haber sido levantada recientemente y a toda prisa. La vivienda contrastaba con la que se alzaba a su lado. A pesar del humo que la cubría podía verse que era antigua y de materiales de calidad. Las piedras escogidas con ojo experto encajaban a la perfección unas con otras y formaban un precioso mosaico de colores desde el frío gris hasta el cálido rojo. Cada cinco piedras se podían ver runas talladas, cuya función era sin duda la protección mágica de aquella edificación.
«Maldito sea el día en que decidí aceptar este ballenato como aprendiz» se quejó Mardfoodle sacudiendo la cabeza.

El chico apareció al cabo de un rato llevando un recipiente metálico.

- Trae aquí eso – gruñó el anciano mientras le sacaba el objeto de las manos.
- Mi señor… ¿puedo preguntar por qué tiene que orinar ahí en lugar de hacerlo en el campo o en el excusado? – inquirió el muchacho con un hilillo de voz.
- Félix, Félix, Félix… ¿Cuántas veces tendré que decirte que no se debe contaminar el entorno con energías mágicas? – contestó Mardfoodle chasqueando la lengua mientras se subía la túnica raída hasta la cintura - Recuerda el incidente con las hormigas gigantes el mes pasado… Los campesinos casi nos queman porque se comieron sus vacas y construyeron la entrada de su hormiguero en el templo de Augnelos. – ahogó un gemido mientras los residuos de aldmir salían al exterior – Lo cual, por otro lado, es irónico teniendo en cuenta que Augnelos es el Dios de la naturaleza… No hay quien entienda a estos devotos…

Mardfoodle tendió la bacenilla llena de líquido amarillo brillante al chico e hizo un gesto para que se la llevara. La cogió con torpeza y caminó con dificultad mientras mantenía en los brazos extendidos el orín con un tenue brillo.

- Ten cuidado con… - el estruendo lo interrumpió -… esa estaca...

Félix se levantó, pálido como un fantasma, tembloroso y lloriqueando. El líquido se había derramado por el suelo y manchaba algunas zonas de la túnica del muchacho.
Desafortunadamente no era sobre lo único que había caído.

- Esperemos que esa araña encuentre el hormiguero en el templo… - comentó despreocupado el anciano atusándose la barbita de chivo – Será mejor que refuerce los conjuros de los muros antes de que los campesinos relacionen «araña gigante» con «Mardfoodle Camlost». Últimamente pasa más de lo que a mí me gustaría.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Capitulo 8

Nesthelion

Rilonna se apartó en el último segundo y Sorka pasó por su lado como una flecha camino de su objetivo.
El león apoyó las patas firmemente contra el suelo y fue resbalando unos metros por el terreno cubierto de hojas hasta que se detuvo y se encaró de nuevo con la mujer emitiendo un rugido amenazador.

- Casi – Nesthelion emitió un chasquido de desaprobación con la lengua– La próxima vez tendrás que ser más rápido, amigo.

Rilonna se colocó el pelo sobre la oreja derecha con delicadeza y miró de reojo al animal.

- Perom, ocúpate de ellos. – dijo despectivamente.
- Sí, mi señora – asintió el licántropo.

Nesthelion bajó saltando de rama en rama con la agilidad de un felino.

- Somos dos, mi señora –le espetó burlón el elfo - ¿pretendes que tu siervo se encargue de mí y de mi amigo a la vez? Una maniobra osada, sin duda.
- No eres más que un mono saltarín –dijo la mujer, malhumorada – No voy a perder mi tiempo contigo.
- Oh, me habían llamado muchas cosas pero nunca mono saltarín. Qué original.
- Hazlos sufrir, especialmente a este – hizo un gesto con la cabeza para señalar al elfo.
- Vaya, qué honor.

La mujer de esbelta figura se encogió de forma que sus rodillas se contrajeron contra su pecho, un aura tenue de luz la rodeó y empezó a brillar con intensidad.
Nesthelion observaba la escena en silencio con ojos curiosos.
Una majestuosa águila apareció ante el elfo cuando la cegadora luz se hubo disipado. Las alas levantaban ráfagas de viento cada vez que se agitaban para mantenerse en el aire y el chillido que emitía era ensordecedor, pero Nesthelion afianzó los pies en tierra y siguió observándola ligeramente encorvado para evitar salir despedido hacia atrás.

-Un espectáculo de luces… Demonios, espero que me reciban así cuando vuelva a Elbrien – dijo el elfo mientras se inclinaba ligeramente hacia un lado para esquivar un picotazo furioso del ave.

Rilonna emprendió el vuelo dejando un rastro de plumas brillantes y se perdió entre la frondosidad.

- Bueno, tenemos dos opciones. Te vas detrás de esa bruja a lamerle el culo, la opción más viable, o te quedas y te hacemos desear haber elegido la opción uno. – la voz de Nesthelion era seria y fría.
- Me temo que quien va a lamentar haber entrado en este bosque eres tú, elfo – Perom enseñaba los dientes de forma amenazadora y a medida que hablaba se iba transformando completamente en un lobo.
- Nunca escogen la primera opción…

El movimiento de Nesthelion fue casi imperceptible. En menos de un segundo estaba plantado frente a Perom con una fina espada de manufactura élfica en cada mano. Las diminutas runas del filo brillaban con tenue luz y dejaban una estela allí por donde pasaban.
El lobo abrió los ojos de par en par con incredulidad y se apartó en el último momento.
La sangre manchó el acero de las hojas del elfo.

- Tsk, parece que tengo los músculos un poco entumecidos… - Nesthelion sopesaba las armas sin mirar a Perom.
- ¡Mal nacido, me has cortado la oreja! – gritó furibundo.
- Habría sido la cabeza, pero tenías que moverte…

Sorka cogió carrerilla y saltó hacia el lobo emitiendo un rugido aterrador. Perom dio un salto hacia un lado y lo esquivó con facilidad.

- Maese Sorka, quizá sea un poco rápido para ti. ¿Por qué no vas tras el viejo Narillan y el muchacho y compruebas que no les pase nada?

El león aceptó las órdenes sin rechistar y siguió el camino a paso rápido hasta que desapareció de la vista-.

- Has cometido un grave error dejando que tu amiguito se marchara.
- No me digas… - comentó Nesthelion con desinterés.

Por segunda vez el elfo pareció materializarse frente al lobo. Blandió con fuerza las espadas y trazó un arco hacia el interior con ambas manos con la esperanza de golpear ambos flancos del enemigo.
Para su sorpresa no alcanzó nada más que aire y pudo ver por el rabillo del ojo cómo una sombra gris se acercaba a él desde su derecha.
Se giró tan rápido como pudo y colocó sus armas formando una cruz frente a su cara para detener a Perom.
Nesthelion perdió el equilibrio e hincó una rodilla en tierra.

- Vaya… tenía la certeza de que eras tonto, pero al menos luchas algo mejor de lo que usas el cerebro. – esbozó una sonrisa oculta por el trozo de tela que le cubría gran parte de la cara. – Pero sólo un poco mejor. No te emociones.
- Eres irritante…

Nesthelion introdujo rápidamente una pierna bajo el estómago del lobo, se inclinó hacia atrás para apoyar su espalda contra el suelo y empujó con fuerza para lanzarlo por encima de su cuerpo.

Cuando Perom se giró de nuevo hacia el elfo, éste ya estaba en pie sosteniendo un arma frente a él y con el brazo izquierdo atrás blandiendo la otra hoja.

Nesthelion arremetió contra el Narillan una vez más. A pesar de la velocidad de sus ataques Perom parecía desenvolverse bien y esquivaba con soltura cada uno de los golpes. Empezaba a ponerse nervioso. Pocas personas podían igualarlo en celeridad.
Tras varios minutos de intercambio de espadazos y zarpazos los dos combatientes se apartaron de un salto.
Ambos estaban fatigados y respiraban con dificultad.
- Luchas bien para ser un elfo… -comentó Perom entre jadeos.
- Y tú luchas bien para tener las capacidades motrices de una naranja –se burló Nesthelion mientras hacía un esfuerzo por respirar.

El Narillan y el elfo se miraron durante unos segundos y fue Perom quien atacó esta vez. Nesthelion rodó por el suelo para esquivar la carga del lobo y se incorporó rápidamente para lanzar una estocada contra el animal.
Perom sintió una pequeña punzada en el costado, pero se había apartado a tiempo.
Con furia redoblada arremetió contra su oponente e intentó morderle el cuello sin éxito.
Ambos contrincantes estaban uno frente a otro de nuevo.

Nesthelion giró sobre sí mismo y lanzó una de sus armas contra Perom. Se movió con rapidez cuando el lobo dio un salto al esquivar el proyectil improvisado para cortarle el camino. Apretó el arma con fuerza en su mano derecha y la hundió en la piel de su enemigo.
Perom dejó escapar un aullido de dolor mientras el elfo empujaba la espada hacia arriba para seccionar la carne.

- ¿Sabes qué tiene dos patas y sangra? – susurró Nesthelion serio.

Perom se contrajo de dolor.

- Medio lobo. – tiró con fuerza y sacó su arma ensangrentada.

martes, 25 de noviembre de 2008

Capítulo 7

Hals

Aquellos ojos le agujereaban el alma. Notaba cómo lo leían como un libro abierto. Sentía que escudriñaba sus entrañas.
Corría y corría en una espesa oscuridad pero aquellas dos luces blancas le pisaban los talones.
Sus movimientos eran cada vez más torpes.

-¡¿Qué quieres de mi?! –gritó Hals, desesperado.

No hubo respuesta. Los ojos se acercaban más.
Hals aceleró el paso tanto como sus piernas se lo permitían.

Le gustaba la oscuridad. Pero no aquella oscuridad. Cuando era pequeño sus padres siempre le contaban historias sobre monstruos para evitar que saliera de su cama durante la noche, pero a él no le daban el más mínimo miedo. En cuanto se dormían salía por la ventana y dejaba que la penumbra lo meciera. Allí se sentía tranquilo, libre, contento.

Si había algo que le fascinaba más que la oscuridad era divisar una luz en medio. Le encantaba ver esa batalla imaginaria de seres diminutos que luchaban por ganar aquel espacio.
Una luz apareció en la dirección en que corría.

- Hals Gerker – una voz de ultratumba heló la sangre de Hals.
- ¿Quién eres? –preguntó temeroso, sin dejar de correr. Estaba empapado en sudor por el esfuerzo.
- Búscame. Pregunta por ser Vorster Harwig.
- ¡¿Qué es lo que quieres?!

Consiguió salir de la oscuridad al fin. Estaba mareado y sentía un gran dolor en la cabeza y la espalda.
Abrió lentamente los ojos para darse cuenta que estaba mirando hacia el suelo.
Todo se movía y notaba algo mullido debajo. Alguien debía estar cargando con él.
Se movió ligeramente y resbaló por la suave manta de pelo sobre la que iba. Pero nadie lo agarró y acabó cayendo al suelo de bruces.

Hals dejó escapar un chillido de terror.

Un gigantesco oso negro se alzaba frente a él. Pese a las múltiples heridas que tenía, seguía siendo imponente.
El miedo se apoderó de Hals, que empezó a arrastrarse lentamente por el suelo en dirección opuesta al animal.

- Cálmate, muchacho – el oso hablaba con voz ronca y fatigada.
- ¿Pu…Puedes hablar? – preguntó Hals, incrédulo.
- Estás muy verde, chaval – Hals hubiera jurado que el animal esbozó una sonrisa.
- ¡¿Rolf?!

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Capitulo 6

Rolf


- No eres la legítima señora de este lugar… Tan sólo una asesina – Rolf se esforzaba por evitar que su voz temblase – Déjanos marchar de aquí. No hemos venido buscando problemas, sólo queremos atravesar Amrades.
- Cállate escoria – replicó la mujer con voz gélida – No eres más que un despojo desterrado.

Rolf se mordió el labio. La ira lo invadía. La odiaba. Rilonna era una mujer de esbelta figura, estaba cerca de los treinta años y su pelo era blanco como la nieve. Los ojos azul hielo parecían ensartar con la frialdad del acero todo lo que se ponía frente a ellos.



- Deja ir al chico al menos
- ¿Me estás diciendo lo que tengo que hacer, desterrado? – Espetó Rilonna con una chispa de odio en los ojos – Tu querida señora está muerta. Ya no perteneces a este lugar y no se te permite estar en el.

La mujer esbozó una sonrisa.

- Quizá no tengamos que matarte –sopesó - Un aviso será suficiente… y mucho más humillante para ti…

Mientras hablaban otro hombre se había acercado a Rolf desde el borde del camino por el que había salido despedido Hals y lo agarraba por la espalda.

- Muy bien, Perom. Dale una lección para asegurarnos de que no vuelva a tener ganas de aparecer por aquí – Rilonna soltó una carcajada.

El hombre que asía a Rolf rió. Empezó a salirle bello en la cara y la nariz se alargó formando un hocico. Los dientes sucios y amarillos se transformaron en colmillos afilados como puñales. Perom cerró la boca en torno al cuello de Rolf y hundió sus caninos en la carne. Rolf cerró los ojos y contrajo la cara con una mueca de dolor, pero no gritó.

- Vamos, viejo. Grita. Quiero oír como sufres. –Rilonna sacó de la manga de su túnica una daga de acero Numeliano. La hoja era clara como el oro blanco.

Puso la daga en el centro de la frente del hombre y un hilillo de sangre cayó por su rostro. Perom apretaba cada vez más. Sentía como si su cabeza se fuera a separar del cuerpo.

- ¿Aún no hay quejas? – Se burló la mujer – Vaya, parece que tu puesto como jefe de armas de la Cúpula de Gythien y tu reputación no eran sólo de adorno. Eres duro, ser Topfer.

La hoja resbaló por la cara de Rolf dejando una línea carmesí a su paso. Rilonna retiró la daga ensangrentada. El hombre tenía la cara manchada de sangre que brotaba de la herida que iba desde la frente hasta la mejilla derecha.

La mujer asestó un rodillazo en el estómago a Rolf, que cayó de rodillas y se apoyó sobre los brazos para no golpearse contra el suelo. Perom reía con voz ronca y mostraba los colmillos ensangrentados de su hocico lupino.

- Espero que haya servido como aviso. – Rilonna agarró a Rolf del pelo y echó su cabeza hacia atrás – Si vuelves por aquí, te ensartaré en una pica ¿Comprendes?
- Podríamos hacerlo de todas formas, mi Señora. – comentó Perom con un brillo en los ojos.
- Prefiero que vuelva con esos rebeldes patéticos y les cuente qué les haremos si entran aquí.
- Si vuelvo aquí, será para echarte y devolver el poder a la verdadera heredera.
- Puedes intentarlo – escupió Rilonna.
- Por los Dioses que lo haré. Una víbora como tú no merece ni la vida. – el dolor hacía a Rolf osado – Te mataré con mis propias manos.

Pero Rilonna no prestaba atención a Rolf.

- ¿No estás harto de intrusos hoy, Perom? –preguntó la mujer.

El hombre miró hacia arriba y divisó una figura encapuchada en la rama de un árbol cercano.

- Un elfo… -gruñó Perom.
- Vaya… ¿lo has deducido tú solito? Creía que tu olor corporal te impediría olfatearme aquí arriba. – se burló el elfo.
- ¿Tú quién eres? – exigió saber la mujer.
- Nesthelion Verdeluz. Y estoy muy disgustado por haber llegado tarde a esta fiesta. Pero tengo un amigo que está aún más irritado.

No se habían dado cuenta de su presencia pero Sorka, silencioso, surgió como un rayo de entre los árboles y dio un salto hacia Rilonna.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Capítulo 5

Nesthelion


- Vamos, Sorka. – dijo la figura encapuchada.

El león, de negro pelaje, giró la cabeza hacia su amo e ignoró el ruido que había captado su atención.
Nesthelion Verdeluz no quería pasar más tiempo del necesario en aquel bosque.
Olía a antigüedad, y conocía mejor que nadie los peligros de tomarse a la ligera los lugares ancestrales.
Se frotó la cicatriz del pecho, oculta bajo la túnica. Aquel ambiente cargado de magia no le traía recuerdos agradables.
“Qué se le habrá perdido aquí a la reina Eleara” era la frase que más había rondado su cabeza durante las últimas horas. Pero las órdenes eran las órdenes.

La poca luz que se filtraba entre los árboles se reflejaba en el pelaje de Sorka, haciéndolo brillar. El León Negro parecía más majestuoso que nunca.

- ¿Cómo puedes encontrarte tan cómodo paseando entre esta frondosidad? –inquirió el elfo dirigiéndose al animal –Tu sitio natural son las montañas. Nunca te entenderé…

Sorka dejó escapar un rugido a modo de reproche.

- Hmpf. Lo que tú digas. –contestó Nesthelion como si pudiera comprenderlo.

El elfo apartó ligeramente la pieza de tela que le tapaba la cara desde la nariz hasta el cuello. Olisqueó el aire.

- Alguien ha pasado por aquí… Huele a Narillan… -se agachó para examinar el suelo- No hace mucho. Las huellas son recientes. –sentenció.

El león se acercó a olisquear.

-Tsk. Y tú te haces llamar fiera… -se burló Nesthelion- Me he percatado del rastro antes que tú.

Sorka emitió un gruñido que sonó a disculpa y orgullo herido.

- Veamos qué se les ha perdido fuera de su Ciudadela Arbórea. ¿Podrá seguir su rastro maese Sorka, o tendré que hacerlo yo mismo? –se mofó.

El animal hizo caso omiso y continuó husmeando.

El olfato de los leones de montaña es extremadamente fino y había sido de ayuda para Nesthelion en infinidad de ocasiones. El de Sorka era excepcional incluso para los de su raza y gran parte del mérito lo tenía su amo, y mejor amigo, elfo. Él lo había entrenado desde que era un cachorro.

Cuando Sorka seguía una pista pocas cosas podían desconcentrarlo. Nesthalion canturreaba mientras caminaba parsimonioso tras la fiera.
Aquella cancioncilla era muy especial para ambos. Carfithiel Verdeluz siempre se la cantaba a su bebé, Nesthelion, como su madre hizo con ella y como también hizo la madre de su madre.
Lo más parecido a un hijo que Nesthelion tenía era Sorka, y para continuar la tradición él también le cantó aquella canción.

Sorka caminaba cada vez más deprisa. Sea de quien fuera el rastro, parecian no estar lejos.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Apócrifos de Eldellion - Atlas (parte 4)


Aquí está otra parte del mapa de Eldellion y, como lo prometido es deuda, el mapa "completo". Y digo "completo" porque nunca se sabe si nos podemos marcar un "Blizzard" y sacar una Burning Crusade o un Wrath of the Lich King y aumentar el mapa del mundo. Enserio. Puede pasar.
xDDD


martes, 4 de noviembre de 2008

Apócrifos de Eldellion - Historia Popular I

La Creación del Mundo y la Guerra de los Diez Reyes

Eldellion es un mundo joven. No tiene más de 1400 millones de años.

En el comienzo de los tiempos Rak’tiel, El Creador, utilizó una materia conocida como Aldmir para crear una esfera en la que posteriormente sembraría vida.

Primero añadió una barrera de diferentes gases alrededor de su creación. Cuando se hubo estabilizado introdujo Airlad, lo que podríamos considerar hoy en día como agua, aunque está muy lejos de la pureza de aquella sustancia.

Con la fuente de la vida sobre la superficie de lo que iba a ser Eldellion, comenzaron a surgir seres diminutos que nadaban en el líquido elemento.

Rak’tiel era joven para los de su especie y su juventud lo empujó a acelerar el proceso de formación de su mundo. Quizás es por este motivo que en el planeta aún queden residuos de Aldmir, lo que explica que en Eldellion haya usuarios de la magia.
Lo que debería haber sucedido en millones de años ocurrió en cuestión de siglos: erupciones volcánicas, tierra firme, vegetación, formación de los continentes, aparición de cordilleras…

Las diminutas criaturas acuáticas empezaron a evolucionar. Algunas se quedaron en sus charcas, mares y océanos. Otras más osadas decidieron aventurarse en tierra firme y dar su primera bocanada de Aescorel, otra sustancia derivada del Aldmir, que degeneró en aire, como lo conocemos hoy en día.

Los diferentes seres comenzaron a diferenciarse y a evolucionar a velocidades dispares. Rak’tiel, una vez más ayudó a los antepasados de ciertas razas e influyó en el curso natural de los acontecimientos.

Humanos, Enanos, Elfos, Dunnlaut, Ketil, Narillan… recibieron esta ayuda divina y comenzaron a luchar entre ellos en cruentas guerras por saber qué raza era superior.
Rak’tiel, comprendiendo su error decidió no intervenir más en el curso de la historia.

Mientras estas razas combatían entre ellas, las menos evolucionadas cuyos instintos básicos primaban sobre la razón, se hicieron fuertes desde la sombra y lanzaron una ofensiva a escala mundial contra las ya debilitadas fuerzas “ungidas por Rak’tiel”.

La cordura volvió a la mente de los Altos Reyes, Emperadores, Matriarcas y Patriarcas que decidieron dejar a un lado sus diferencias con los líderes de otras razas y aunar fuerzas para acabar con la amenaza emergente.
Los jefes militares se reunieron en unas salas, preparadas por los enanos, que se encontraban en la cordillera de Silberhald y crearon una alianza para acabar con la amenaza oscura.

Este conflicto que duró cerca de 700 años sería conocido como La Guerra de los diez Reyes, por el número de líderes que combatieron junto a sus hombres en una desesperada batalla final a orillas del río Alderr.

Tras esta confrontación titánica, donde cayó el principal Caudillo de los krethlan así como los de otras razas del llamado Bando Oscuro, las bestias y criaturas malignas se dispersaron por los bosques y montañas.

Las bajas de la Alianza de Silberhald fueron cuantiosas durante todo el conflicto armado. Siempre lucharon en inferioridad numérica, pero su mayor disciplina y preparación militar hacía que los soldados de la Alianza valiesen por diez.
Sin duda, las pérdidas más trágicas se produjeron en la Batalla del río Alderr, donde seis de los diez líderes aliados cayeron en combate. Algunos eran bravos guerreros, otros poderosos magos o grandes oradores. Pero todos lucharon con valor, defendiendo a sus hombres y a su país hasta el último aliento.

Pero la guerra no abandonó Eldellion por completo, las escaramuzas y guerras a pequeña escala azotaron las tierras durante décadas. Pequeños grupos de criaturas de la oscuridad luchaban a la desesperada por el simple hecho de matar. Rara vez conseguían causar daños ya que atacaban sin un plan y siempre lo hacían de frente.

Las relaciones entre razas al acabar la guerra mejoraron considerablemente. Todos, salvo los recelosos Narillan y los desconfiados Ioran, firmaron un tratado por el cual se comprometían a cooperar para mantener la paz en Eldellion si se diese otra situación de amenaza.

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lunes, 3 de noviembre de 2008

Capítulo 4

Hals y Rolf


Rolf se giró lentamente y dibujó una media sonrisa en su rostro.

- Ya te dije que tenía mis recursos.- confesó Rolf mientras se rascaba la nuca.
- Ha sido… ¡impresionante! – dijo Hals sin poder ocultar su asombro. - ¿Me enseñarás a hacerlo?
- Ya veremos, chico. Concentrémonos en salir de aquí.
- ¿A qué tanto misterio? Creo que podrías explicarme algo de vez en cuando… – preguntó Hals sin poder ocultar su indignación.
- Ahora no es el momento. Vamos.

El comportamiento de Rolf empezaba a molestar al muchacho. Siempre parecía saber más de lo que decía, y sus acciones lo confirmaban a menudo. Pero cada vez que le preguntaba, Rolf le respondía con evasivas. Sabía que le ocultaba cosas. ¿Acaso lo consideraba demasiado niño para confiarle nada?
Hals frunció el ceño y continuó caminando con su orgullo herido.
El graznido de un cuervo en los árboles cercanos le erizó el vello al recordarle las historias sobre aves gigantes que habitaban en Amrades.
Rolf no se había relajado, lo cual le hacia sospechar que le ocultaba algo importante sobre aquel lugar. A medida que se adentraban más en el bosque, se ponía más tenso. Casi parecía paranoico.

- ¿Cuánto falta para que salgamos de aquí? – preguntó Hals fríamente.
- Apenas hace dos horas que hemos entrado. Por esta zona el bosque tiene unas diez leguas de ancho. –contestó Rolf con tono despreocupado.
- ¡¿Diez leguas?! ¡Eso es demasiado! ¡Nos pasaremos casi la mitad del día aquí dentro! – dijo Hals. La desesperación se palpaba en su voz.
- No te sulfures, muchacho. Este es el camino más rápido y, espero, el más seguro. Ahora estamos a merced del bosque. Si él quiere ayudarnos a salir llegaremos antes de lo que esperas.
- ¿Ayudarnos a salir? – espetó Hals. El hombre debía haber perdido el juicio. Quizá nunca debió confiar en él. A lo mejor su instinto le había fallado y no era de fiar.
- El bosque es un ser vivo como tú y como yo. –afirmó Rolf con la mirada fija en el camino – Yo nací aquí y aprendí a comprenderlo y a comunicarme con él.
- ¿Hablar con los árboles? – dijo Hals incrédulo.
- Cuando El Creador fabricó este mundo, los residuos de su poderosa magia siguieron en la atmósfera planeta durante millones de años y alteraron la naturaleza de muchos de los seres vivos que habitan en Eldellion. Por ejemplo, los hechiceros son capaces de ver y canalizar esa sustancia presente en los elementos y utilizarla para sus conjuros.
A este bosque también le afectó.
- Así… así que ahora es… ¿un bosque inteligente?
- No iban por ahí los tiros. – contestó Rolf mientras soltaba una carcajada – Pero es mágico. Eso responde a tu pregunta ¿no?
- Más o menos. – refunfuñó Hals. Que hubiese contestado a una de sus dudas no significaba que se hubieran reconciliado, pero era un comienzo.

Llevaban un buen paso y un ritmo constante. Quizá no tardarían tanto en recorrer la distancia que los separaba del límite del bosque.
Hals escuchaba atentamente los sonidos que provenían de entre los árboles y los analizaba mentalmente. Un ruiseñor… un águila… algún animal escarbando…

- ¡Cuidado! – gritó Rolf mientras se giraba violentamente hacia el chico.

Demasiado tarde. Una sombra se había abalanzado sobre Hals, que no tuvo tiempo para reaccionar y cayó entre la espesa maleza que rodeaba el camino.
Un imponente lobo gris estaba sobre él, presionándole el pecho. Enseñaba sus amenazadores dientes amarillos y babeaba, mientras lo observaba con una mirada extraña.
Sentía un intenso calor húmedo en la parte posterior del cráneo. Se había golpeado con algo.
Los ojos se le cerraban. Hacía todo lo posible por mantenerse consciente pero las formas que percibía eran cada vez más borrosas.

- …vergüenza de nuestra raza… -una voz femenina fría como el hielo provenía del camino.
- …No tienes ningún derecho… – decía otra voz temerosa… Sonaba como Rolf…

Los párpados le pesaban…

-R…Rolf…- musitó.

La vista se le nublaba. Todo se oscureció.