Rilonna
La ira era un sentimiento con el que estaba familiarizada. Estaba rodeada de inútiles y Perom no era más que otro fracaso en la larga, larga lista. El licántropo no era muy listo, pero no había duda de que era una gran pérdida en cuanto a lo que fuerza bruta se refiere.
Aquella noche habían llamado a la puerta de sus aposentos mientras dormía para comunicarle la noticia; unos exploradores habían encontrado el cadáver del Narillan cortado por la mitad sobre un charco de sangre. Mandó colgar a los dos sirvientes humanos que la despertaron. Estaba de muy mal humor: aquel elfo se había reído de ella y había acabado con su mejor guardaespaldas. «Nesthelion Verdeluz… te daré caza yo misma llegado el momento».
Rilonna se dirigió a la sala principal, donde la esperaba su trono de Matriarca y un sequito de inútiles con los que tenia que tratar, al menos de momento. Había conseguido el trono gracias a sus contactos y su crueldad sin parangón. No dudó en matar a su hermano, fiel guardián de la anterior Reina del Bosque, para llegar hasta la mujer que, a su juicio, no merecía tal cargo y acabar también con ella. El veneno de los recuerdos recorrió su cuerpo. Despreciaba a aquella anciana. Era débil y hacía parecer a su pueblo débil; intentaba entablar amistad con todos los seres inferiores en lugar de someterlos como correspondía a una raza antigua y poderosa como la Narillan. Sacudió la cabeza para deshacerse de sus pensamientos y redobló el paso.
Cuando hubo alcanzado la puerta de la sala principal los guardias a ambos lados de la entrada se pusieron firmes, saludaron cortésmente a su señora y le abrieron la puerta para que pasase.
- La Matriarca y legítima señora de los bosques de Amrades y Carbacuero, Rilonna Agwen. – anunció un hombre en cuanto cruzó la puerta para que los presentes se levantasen.
Rilonna se desplazó hasta el ornamentado trono de madera con relucientes filigranas de resina amarilla y tomó asiento.
- Bien… -comenzó- ¿Qué demonios pasa ahora? -la sala se llenó de murmullos.
- Mi señora… -un hombre dio un paso adelante y se dirigió a la regente – Nos han llegado noticias de que los rebeldes se están reagrupando…
- Que hagan lo que les plazca. –Escupió – No tienen fuerzas suficientes para desafiarme.
- Los espías nos han comunicado que… -tragó saliva – Que la hija de Gillaen Cyndell sigue con vida…
- ¡¿Cómo?! – Bufó histérica - ¡¿No encargué que la mataran en cuanto nos alzamos contra esa vieja bruja?! ¡Me habíais dicho que estaba hecho!
- Lo cierto es que… la creíamos muerta… -musitó el hombre.
- «La creíamos muerta»… Quiero que colguéis al chapucero que «creyó>> que estaba muerta. Y quemad su cadáver después de ahorcarlo para que no «crean>> que sigue vivo. ¿No es tan difícil, veis?
- Se hará lo que ordena, mi reina… - el hombre hizo una reverencia.
- En cuanto a esos rebeldes… - Rilonna se tocó el lóbulo de una oreja, pensativa – No creo que suponga un peligro real. La fe en una niña no puede parar espadas.
- La fe no, mi reina… - hizo una pausa – Pero Reinheld Maurer está al mando de esos rebeldes…
- ¿Ese viejo? – la mujer echó a reír – Cuando yo era pequeña ya era un anciano, seguro que se muere antes de dejar el campamento.
- Ha entrenado a casi todos los soldados que tenemos… Fue el primer comandante de la Cúpula de Gythien… Entenderá que se ha ganado el respeto de todos nuestros guerreros. – Carraspeó – Muchos tienen miedo de combatir contra Maurer…
- ¿Miedo? – Rilonna se inclinó en el asiento – Pobrecillos, el anciano va a hacerles daño con sus dientes de madera. Pues decid a vuestros hombres, que o luchan contra ese maldito viejo o tendrán que luchar contra mi y os aseguro que yo les enseñaré qué es el miedo –rugió.
- Lo que usted ordene, alteza…
- ¿Alguna noticia más? – Rilonna resoplaba, sin ocultar su enfado.
- No… eso es todo, mi señora. – respondió con un hilillo de voz.
- Bien. Me retiraré a mis aposentos. Quiero que hagáis llamar a Harren Preinz y que se persone ante mí en quince minutos. Cuento con que eso sí sabréis hacerlo… – ordenó la mujer.
- Así se hará – el hombre hizo una marcada reverencia mientras se retiraba caminando de espaldas.
Rilonna salió de la sala con paso firme y se dirigió a sus aposentos tras rechazar la escolta de los guardias, como siempre hacía. «Si yo misma puedo destripar a estos mequetrefes- había dicho en una ocasión – no creo que puedan defenderme ni de un inofensivo cervatillo». Desde entonces se negaba a ir con escolta dentro de la fortaleza arbórea.
Cuando llegó a su habitación el jefe de la guardia de Gythien estaba esperando frente a su puerta. Hizo una reverencia, giró el pomo y tiró para abrirle paso a su reina.
La mujer se acomodó en un confortable asiento de madera con almohadillas que simulaban ser de musgo, se recostó y cruzó las piernas mientras escrutaba con sus fríos ojos verdes la llegada de Harren, puntual, como siempre.
- ¿Qué desea su alteza? – preguntó el Narillan, manteniendo su rigidez característica.
- Quiero que reúnas a un grupo de tus mejores hombres. – Rilonna apartó la vista del jefe de la guardia y la clavó en sus uñas, como si acabara de descubrir que estaban ahí – Van a salir a cazar. Cazar a un elfo.